Ser hijo único – ¿Cómo educarles?
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La realidad mundial es que, por diferentes factores, cada día es mayor el número de parejas que deciden tener un solo hijo, algo que un par de siglos atrás era considerado resultado de la enfermedad o de la mala suerte. Afortunadamente los tiempos cambian y hoy en día cada vez hay más parejas que deciden ser padres de un solo niñ@. Como decíamos antes, las razones pueden ser varias, desde motivos económicos hasta problema de fertilidad; lo importante no es la cantidad de hijos y hermanos, sino la calidad de la educación de estos y cuán importante se sienta este hijo para sus figuras de apego.
En este tema, los hijos únicos cargan con el mito de ser caprichosos y egoístas, argumento que no tiene que ver con el número de hijos sino con la actitud de los padres en la mayoría de los casos.
La tendencia es pensar que son personas que a la larga no saben compartir, piensan que son el centro de la familia y del “universo” y, por tanto, son personas que van a tener dificultades para relacionarse con otros niños, porque no saben ceder, no saben ver las necesidades de los demás, solo tienen en cuenta las suyas propias, no saben entender los límites de los demás a quienes pueden llevarles a situaciones límites por conseguir lo que esa persona quiere. Entonces, ¿Qué hay que hacer para que un hijo (sea el primero, el segundo, el tercero…) no tenga ese sentimiento “de poder” por decirlo de algún modo, de ser el “único”?.
Para ello, los padres deben asumir, entender y conservar el resto de sus roles. Normalmente la madre, durante el embarazo y primer año de vida del niño, está centrada en su bebé y después progresivamente debe ir volviendo a recuperar el resto de cosas que hacía antes. Se debe recuperar y mantener la relación con su pareja, reconquistar esas cosas que nos hacen sentir bien, relajados, realizados como personas. Esto hará que el hijo observe como sus padres tienen otras ocupaciones: amigos, hobbies, un trabajo. Esto le hará entender que hay limitaciones, que hay más necesidades que las suyas y que él/ ella a medida que crezcan se deben ir buscando sus “habichuelas”.
En muchas ocasiones es común escuchar en la consulta: “¡es que mi hijo es mi vida!” expresión que a veces nos preocupa. Aparentemente es normal que los padres sientan un amor inmenso por sus hijos y lo expresen así, pero hay que establecer unos límites, porque los padres que suelen decir eso constantemente van a tener agarrados a ese hijo, no lo van a soltar y le van a dar todo con tal de que se quede con sus padres, justificándolo también con la frase de: “¡es que es hij@ únic@!”.
Los padres deben tener muchas otras cosas en su vida a parte de su hijo, así asumirán mejor la frustración de que éste le lleve la contraria, de que se separe de ellos y busque otras compañías… circunstancias que son importantes que se den, para que aprenda a ser autónomo, relacionarse y desarrollar habilidades esenciales en la relación con los demás: empatía, negociación, etc.
Contrariamente a lo que se piensa, ser hijo único también tiene muchas ventajas, siempre que, como decíamos antes se emplee un modelo educativo sano sobre ellos. Cuentan plena e íntegramente con los recursos de sus padres, y nos referimos tanto a la atención como a la economía o el tiempo disponible, algo que les da seguridad a la hora de afrontar retos en la vida (esta aparente gran ventaja debe ser cuidada para que el niño no caiga en el deseo constante de tener que satisfacer las expectativas de sus padres). Reciben una educación superior a la media y son muy seguros de sí mismos. Además son generadores de amigos, la figura simbólica de esos hermanos que nunca tuvieron.
A modo de conclusión, lo importante es conseguir un equilibrio en la educación de nuestros hijos sin estrés y con mucho amor, de modo que no incurramos en una sobreprotección excesiva y por tanto perjudicial o en el extremo contrario, ser permisivos y dejar que hagan de todo.
PSICOLOGÍA CLAVE: Elena Sánchez- Porro Frías (CL-03770) e Irene Albert Cebriá (CL- 03674).
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