La adquisición de la responsabilidad en los niños es un proceso que comienza muy pronto.
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Dentro de la rutina doméstica suelen encargarse de algunas cosas, como poner la mesa o recoger sus juguetes cada tarde. A medida que van creciendo las responsabilidades se multiplican y afectan a más áreas: cuidar de la mascota del cole, apuntar sus deberes, poner su despertador… El proceso continúa.
Sin duda, a asumir responsabilidades se aprende con el paso del tiempo y con la madurez, y también con un montón de fallos y equivocaciones. Así, con la ayuda de los padres, profesores, abuelos y demás adultos importantes para el niño, se van consolidando estos aprendizajes.
Algunos niños son más dedicados y obedientes que otros, pero todos necesitan que sus padres les animen y depositen en ellos confianza.
Los efectos de llevarse bien con la responsabilidad se notan en cada faceta de nuestra vida: una buena parte de los que somos está determinada por los compromisos que adquirimos y cómo nos comportamos respecto a ellos. De hecho, la capacidad para comprometernos con los demás y cuidar de ellos son dos pilares esenciales en nuestra vida y afectan a nuestras relaciones con las parejas, con el trabajo y la familia; y también a nuestra capacidad para afrontar los momentos duros.
Por otra parte, también es esencial enseñar a los niños y adolescentes qué no entra dentro de su responsabilidad: los pensamientos de los demás, las acciones de los demás. Este es un aprendizaje más sutil y lleno de matices. Las personas que no logran distinguir sus responsabilidades de las de los demás tienden a vivir siempre preocupadas por lo que los otros dicen, hacen y sienten.
Para ayudar a los adultos que se preguntan acerca de qué responsabilidades pueden ir dando a los pequeños, cómo motivarlos y cómo enseñarles que existen consecuencias, os dejamos una serie de consejos y reflexiones.
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CONFÍO EN TI
Esta debe ser la actitud que guíe la educación de los más pequeños. Los niños con una autoestima formada y resistente saben que son dignos de confianza. De hecho, pueden equivocarse y cometer errores y eso no significará que no se pueda confiar en ellos. De esta forma separamos su personalidad de hechos puntuales que corresponden al aprendizaje.
Si le damos la llave de casa al cumplir once años, debemos hacerle saber que vemos que ha crecido y que confiamos en él.
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RESPONSABILIAD Y LIBERTAD
De la misma forma, podemos hacerles ver que las responsabilidades les hacen crecer, los enfrentan a nuevos retos y de ellos sacan libertad y capacidad para tomar decisiones. Si te doy la responsabilidad de llegar a casa a tu hora y la aceptas, también te doy la libertad de llegar un poco más tarde. Si te doy la responsabilidad de hacer tus deberes solo, también te doy la libertad y la confianza para que te conduzcas solo en ese aspecto de la vida.
En definitiva, es un toma y daca.
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UNA TAREA PARA CADA EDAD
Desde luego no hay que cargar al niño con numerosas responsabilidades y tampoco exigirle más de los que nos pueden dar por su edad y madurez. Una buena medida es recordar su edad e investigar cuáles son las que tienen sus compañeros o qué asumíamos nosotros a su edad. Tengamos en cuenta las circunstancias personales: si vivimos muy cerca del colegio podrán ir solos con ocho o nueve años, pero si tienen que tomar un autobús conviene esperar a que sean más mayores.
Tengamos especial cuidado con no sobrecargar a los hermanos mayores con el cuidado de los pequeños, y también con los niños que son especialmente responsables, dando la impresión de que son más maduros. Siguen siendo niños y debemos transmitirles que no necesitamos que sean tan cuidadosos y responsables.
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ENSEÑANDO LAS CONSECUENCIAS
Como hemos dicho al principio, lo esencial es separar los errores del niño de su personalidad. Una metedura de pata no significa que nuestra confianza se desvanezca. Lo importante es que les hagamos saber que cuando no se hacen responsables suceden cosas: si no anotas tus deberes te pondrán malas notas, si no sacas al perro a su hora se hará pis en el suelo y sufrirá, si llegas más tarde de tu hora no saldrás al día siguiente.
Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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