Vamos a tocar una realidad que nos afecta a todos por igual: la del teléfono móvil y nuestra relación con él.
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Sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que el móvil nos acompaña en nuestro día a día como si se tratara de un aparato que necesitamos para vivir. Lo dejamos junto a la cama por la noche, vamos con él al baño y lo apagamos muy raramente.
Cualquier adolescente sabe lo que es una bronca por no responder a su teléfono y las parejas discuten a menudo por los mensajes que han sido leídos pero no contestados.
“Eres gamer y no lo sabes”
Sin embargo, según un estudio reciente realizado por Multiópticas, el 70% de las personas entre 45 y 75 años no se considera gamer, pero a pesar de eso pasan una media de 1,3 horas al día jugando a juegos. Casi 33 minutos más que los adolescentes.
Estamos muy acostumbrados a ver en la calle, en el transporte público e incluso en nuestras casas a personas (generalmente mayores de 45 años) jugando con el móvil. Un público que, al no auto considerarse gamer, no protege su salud ocular cuando lo juega, e incluso lo critican cuando otros lo hacen.
Por ello, a pesar de que no es malo jugar con pantallas, es imprescindible que haga un uso responsable de las mismas, especialmente para proteger nuestra vista.
¿Existe realmente la adicción al teléfono móvil?
Y es que, obviamente el teléfono móvil ha superado hace tiempo al fijo, no sólo porque ya no nos limitemos a hacer o recibir llamadas, sino porque nos abre una ventana permanente al mundo. Como cualquier ventana, podemos ver a través de ella, pero los demás también pueden saber si estamos en casa o no.
El móvil nos expone a los demás y a las interacciones sociales, que ya no dependen del lugar o de la hora. Estamos permanentemente disponibles, como la información en Internet.
Lo que es seguro es que nuestra tecnología evoluciona muchísimo más rápido de lo que lo hacen nuestros organismos. Nuestras costumbres sociales se adaptan a gran velocidad a los cambios tecnológicos y, lo que hace una década era impensable, forma parte de nuestro día a día. Quizá eso nos haga ser usuarios de lo desconocido, así que ¿cuándo podemos decir que tenemos un problema?
Actualmente se plantea la siguiente pregunta: ¿existe realmente la adicción al teléfono móvil o hablamos simplemente de buen y mal uso de una herramienta?
Vamos a plantear primero qué signos tenemos que encontrar para pensar que existe un problema.
Por consenso, decimos que la persona puede tener un problema de adicción si su estado de ánimo cambia cuando se queda sin batería, deprimiéndose o poniéndose muy ansioso. Pueden dejar de realizar cualquier actividad, por placentera que esté resultando, para cargar el teléfono o revisar sus llamadas, mensajes o notificaciones.
A veces, la persona no es capaz de conciliar el sueño con el teléfono apagado, o interrumpe su sueño para ver si ha recibido algún mensaje o comunicación.
También podemos observar que la persona se angustia si no tiene conexión y pregunta por ella en cualquier circunstancia. En definitiva, necesitan estar siempre conectados e interrumpen cualquier actividad para revisar el teléfono.
La adicción al teléfono móvil recibe el nombre de nomofobia. Algunas personas manifiestan ansiedad, dolor de cabeza y de estómago o taquicardia cuando se ven privados del uso de su teléfono móvil. Al parecer, casi la mitad de la población padece de este “trastorno”, aunque si lo hace una cifra tan alta, puede que se trate más bien de una nueva realidad: ya no podemos funcionar sin nuestro teléfono móvil, que consultamos una media de 34 veces al día.
¿Qué podemos hacer si estamos teniendo problemas?
¿Las personas de nuestro entorno nos han hecho ver que tenemos un problema con el móvil? ¿Estamos preocupados pero nos vemos incapaces de funcionar sin el teléfono?
Podemos intentar pequeños gestos, que nos devolverán la sensación de control poco a poco. Por ejemplo, podemos, voluntariamente, apagar el teléfono cuando estemos haciendo alguna actividad. También podríamos considerar apagarlo por las noches.
Otra opción muy recomendable podría ser desconectarnos de internet para que no nos lleguen constantemente notificaciones.
Lo ideal sería regular nuestra disponibilidad, como lo hacemos en nuestra vida cotidiana.
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