No salió como quería: Manejando la decepción… Ver cómo nuestros deseos no se cumplen siempre es difícil. Sin querer, alimentamos nuestras expectativas sobre el qué sucederá, por ejemplo, al ir a una entrevista de trabajo o al comenzar una relación. Estos no son sucesos muy habituales, pero lo cierto es que la decepción es parte del día a día de algunos.
La decepción nos hace ocupar el lugar de una víctima y no nos permite evaluar nuestro papel real en la situación. Nos paraliza y nos desanima, especialmente cuanto teníamos mucha fe en que las cosas serían de otra manera. E
En ocasiones, el sentimiento puede tener más impacto en nosotros que las circunstancias reales con las que lidiamos. De esta forma, es la propia decepción la que no nos deja enfrentarnos a la vida equilibradamente y con seguridad.
¿Qué podemos hacer para evitarla o para manejarla cuando ha aparecido?
1.- Saber qué queremos: estar en sintonía con nosotros mismos, saber qué nos importa y qué deseamos alcanzar en la vida nos dará seguridad y firmeza para conducirnos. Si nunca hemos reparado en quiénes somos y qué queremos podemos tomarnos un tiempo para hacerlo, pensar en cuáles son nuestras prioridades y también, por qué no, en cómo nos ven los demás. A veces, dialogar con la familia, la pareja o los amigos sobre esto puede darnos nuevas perspectivas.
2.- Evaluar las situaciones ajustándonos a la realidad: no siempre es sencillo anticipar qué puede suceder, pero pararse a pensar, sin obsesionarse, en los escenarios posibles es siempre una buena idea.
A veces lo esencial no es predecir un resultado, sino saber qué papel juego yo y qué se me escapa y no puedo controlar. Por ejemplo, si mi hijo me ha decepcionado mintiéndome sobre lo que hizo ayer puedo pensar que lo ha hecho para estafarme o que los niños mienten a menudo y decir la verdad y afrontar los problemas es un aprendizaje y esta una oportunidad para practicar. No sentiremos lo mismo y seguramente no actuaremos igual.
3.- Tener un plan b: lógicamente jugárnoslo todo a una sola carta puede acabar mal. Contemplar otras opciones e imaginarnos en ellas nos ayuda a reducir la apuesta por la primera opción y el sentimiento de fracaso si no resulta. ¿Qué nos hace sentirnos más fuertes? ¿Que nos salga todo bien o saber que no necesitamos que todo salga bien?
4.- Ojo con lo que le pedimos a los demás: decepcionarnos por el comportamiento o las reacciones de los otros es, por desgracia, muy usual. Pero ¿somos nosotros mismos modelos de conducta intachable? ¿No nos equivocamos nunca? Lo cierto es que tampoco vivimos esperando dejar a todo el mundo contento – o no deberíamos hacerlo-. Muchas veces escogemos pensar que los demás no tienen en cuenta nuestros sentimientos o que quieren hacernos daño. A todos nos suenan las frases “si me quisiera se daría cuenta de lo mucho que me duele” o “sabe lo mucho que me molesta eso y aún así no cambia”.
Cuando comprendemos que los demás no son adivinos, que no viven intentando cumplir nuestras normas y que es probable que sientan lo mismo que nosotros en otras situaciones, nos liberamos del resentimiento y el dolor. Perdónate a ti mismo y a los demás cuando no están a la altura de tus expectativas.
5.- Usa tus recursos para hacer frente a lo que venga: nadie está totalmente indefenso ante lo que ocurre en su vida. Siempre puede cambiar su forma de afrontar las cosas, sea con ayuda o sin ella.
Todos hacemos cosas bien incluso cuando más sufrimos o perdidos nos encontramos. A lo largo de la vida hemos ido llenando una caja de herramientas para solventar los problemas pero, a veces, lo más efectivo es tomarse un descanso, pararse a pensar y saber que podemos recomponernos, levantarnos y seguir adelante.
Elena Sánchez- Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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