Cómo manejar las mentiras de los niños y adolescentes
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Todos mentimos. En un momento determinado de la infancia comprendimos que los demás tienen mentes separadas de la nuestra, que no saben todo lo que decimos y hacemos al instante. Por lo tanto, podemos elegir callar, mentir o dar toda la información.
La alegría de descubrir que tenemos esta capacidad no dura mucho: todos los adultos que nos rodeaban dijeron rápidamente que aquello estaba mal y que tenía consecuencias. Raro, porque alguna vez les pillamos mintiendo y entonces fuimos nosotros los que tuvimos que decir que eso no se hace. Después vinieron matices interesantes, como eso de las mentiras piadosas.
Pero ¿qué perseguimos cuando enseñamos a nuestros niños a no mentir?
La honestidad es un valor fundamental para nosotros. Nos ayuda a vivir en sociedad porque, diciendo la verdad, estamos respetando al otro. Digamos que renunciamos a ese posible beneficio que nos traería la mentira para cuidar de la relación con el otro.
Además, enseñamos a no mentir a nuestros niños para procurar su felicidad. Les enseñamos a ser coherentes, a afrontar las consecuencias de sus actos y a no mentirse tampoco a sí mismos. Las personas felices y mentalmente más sanas cuentan con esto a su favor.
Para comprender cómo manejar las mentiras de los más pequeños la clave es saber que influye más el ejemplo que la charla. Los niños imitan lo que hacemos, así que debemos tener cuidado con las mentiras que decimos porque están siempre observando y aprendiendo.
YO NO HE SIDO
Las primeras mentiras de los pequeños no tienen necesariamente el objetivo de engañar. Podríamos decir que son bastante inocentes. Con niños muy pequeños, entre los 3 y los 6 años, observaremos que la frontera entre la verdad y lo que no lo es, es difusa. Les gusta inventar historias, elaborar juegos en los que participan amigos invisibles… su imaginación es muy potente, lo que a veces puede confundir su realidad.
Es un momento importante del desarrollo, así que lo prioritario no es hacer que se ciñan a la realidad todo el tiempo.
EDUCANDO
Más allá de los seis años, el niño comprende los beneficios de mentir. Puede esquivar un castigo o sacar provecho de alguna situación. Merece la pena entender este punto tan humano: todos, de forma natural, procuramos nuestro bienestar antes que el del otro. Gracias a la educación aprendemos a buscar el beneficio de todos y a afrontar las consecuencias de nuestros actos.
Educamos a nuestros hijos en una premisa muy potente: si dan la cara, si dicen la verdad, vamos a estar orgullosos de ellos. Significará que son sinceros, maduros, educados y respetuosos. Aunque lo lógico es que eso no suceda de la noche a la mañana, ¿verdad? Se trata de un camino que deben recorrer con nuestra ayuda. Por eso, cuando un niño confiesa que nos ha mentido, hay que agradecerle que se atreva a decir la verdad y no cargar las tintas sobre la mentira.
De la misma forma, no hay que ser un buscador de la verdad, ni preguntar a nuestros hijos si nos mientes. Deben sentir que confiamos en ellos, y que si se equivocan, estaremos ahí para decirles que se puede rectificar. Ese es el secreto de las relaciones de proximidad y de confianza con los hijos.
CUÁNDO PREOCUPARSE
A todos nos preocupa un niño que acostumbra a mentir. Suelen acumular muchos problemas, tanto en casa como en el cole, resultado de sus mentiras. Para cambiar esa situación debemos preguntarnos qué provoca la mentira, qué esconde. Puede que traten de mantener a salvo su valía porque creen que no pueden permitirse fallar. Tal vez busquen atención, o quizá sea salir de situaciones con las que no pueden. Intentemos ir al núcleo del comportamiento antes de castigar o de tomar medidas, que pueden venir después.
Del otro lado, un niño que siempre dice la verdad también debe preocuparnos. Muchas veces, los niños no soportan la idea de traicionar la confianza de sus padres y desean hacernos todo tipo de confidencias para, en teoría, mantener a salvo nuestro cariño por ellos.
Los niños deben tener claro que les queremos por lo que son antes que por lo que hacen. Está bien que tengan su propio espacio, algo que no contarnos, su intimidad.
Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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