Qué sucede con nuestro espacio cuando estamos en pareja
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Cualquiera que haya estado en pareja el suficiente tiempo sabe lo difícil que resulta a veces mantener el equilibrio entre el yo y el nosotros.
Cuando una pareja comienza su andadura hay una gran inversión en el proyecto común. Es el reinado del nosotros. Durante ese tiempo nos importa especialmente cómo el otro nos ve con sus ojos, si nos comprende, nos ayuda, nos desafía, nos complementa, pero también quién es esa persona, qué persigue, qué desea o qué le hace feliz. Es especialmente fácil contemplar al otro sin juzgarle, sin que nos exasperen sus manías o nos horrorice su manera de, yo que sé, hablar con su mascota.
Con el paso del tiempo, y dentro de un movimiento lógico y normal, el yo busca reafirmarse y nos aproximamos de nuevo a nuestra esencia. A veces incluso, sobre todo cuando las cosas no van bien, queremos diferenciarnos del otro cuanto sea posible.
En este post queremos centrarnos únicamente en esa nueva mirada hacia nosotros mismos, sana y positiva. Qué podemos hacer para seguir compartiendo una vida sin perdernos de vista a nosotros mismos.
Cuando hablamos de “espacio” nos referimos, claro está, al espacio físico, pero también al que nos da el poder tomar decisiones, asumir responsabilidades, compartir preocupaciones. Revisemos dos extremos posibles de relación en los que nuestro yo sufrirá:
Podemos pensar que si se nos mima y se nos sobreprotege es porque se nos ama mucho, pero nadie puede llevar una vida plena si es frágil y dependiente, o si así es como le ven y le hacen sentir.
También puede que nos guste, al revés, que otro nos dé la responsabilidad, el mando de la relación. Tampoco querremos esto mucho tiempo, porque no podemos estar al mando de todo lo que sucede en nuestras vidas. Finalmente pesará más el querer un compañero, con sus virtudes y sus defectos, que alguien que gestione nuestras vidas como si fuésemos un supermercado.
El equilibrio no tiene que venir de la simetría absoluta, pero sí del reparto de responsabilidades, la consulta en la toma de decisiones y, sobre todo, del respeto por lo que el otro es en su interior, de dónde viene y su desarrollo como persona. Nadie nos obliga a compartir la vida con alguien, pero si lo hacemos, estamos obligados a ser respetuosos, en primer lugar, con su identidad y sus necesidades.
Lo normal es que esto no se dé cada día de una larga relación, donde habrá altibajos y malentendidos, pero lo ideal sería tender a ello.
Los conflictos abiertos en las relaciones de pareja son mejores que los cerrados, cuando ya lo damos todo por perdido. Recordemos esto cuando discutamos.
A cualquier miembro de la pareja le resultará fácil decir “este es mi límite”, igual que saber dónde no debe pinchar al otro si no quiere pelea. Así definimos para nosotros mismos nuestro propio espacio y también nuestras creencias y nuestra personalidad.
Vamos a poner posibles ejemplos y a analizar qué podemos hacer para explicar estos límites propios.
Ese amigo que al otro no te gusta
A todo el mundo le ha ocurrido alguna vez: una persona muy próxima a nosotros que no acaba de encajar con nuestra pareja. Aparece la desconfianza, los celos, nos piden explicaciones…
Lo primero que deberíamos hacer es escuchar a nuestra pareja porque quizá con una conversación sincera acerquemos posturas y no haga falta más. Así podemos llegar a entender por qué no hay afinidad o si podemos tomar alguna decisión beneficiosa, como no quedar juntos los tres si no es necesario.
Nuestro límite puede estar en no consentir ultimátums tipo “si quieres seguir conmigo tendrás que dejar de ver a ese otro”. Nadie debería pedirnos algo así si sabe que nuestra amistad es importante, a menos que haya un motivo muy poderoso que desconociéramos y que tenga que ver con otro límite propio.
Podemos explicar con tranquilidad que preferiríamos que pudieran llevarse bien, pero que si no puede ser, haremos lo posible porque no coincidan para facilitar las cosas. La opinión de la pareja siempre se tiene en cuenta y se escucha con respeto, pero la decisión última es nuestra.
Ese cambio de planes
En el día a día, y más en estos tiempos organizadísimos en los que vivimos, lo normal es hacer planes que cambien a gran velocidad, pero para la pareja esto puede ser difícil de aguantar, especialmente si la prioridad la tiene el trabajo u otras personas.
El compromiso se demuestra cumpliendo con él, así que, si notamos que nos “aparcan” cada dos por tres debemos decirlo.
Si estamos pasando por una racha en la que tenemos que estar concentrados en otra cosa, también hay que explicarlo a la pareja. La comunicación nos sirve para seguir conectados aunque tengamos mucho lío.
Esa crítica que colma el vaso
A nadie le gustan las críticas y, aunque se tenga una gran tolerancia, cuando la queja es la norma las cosas se vuelven insostenibles. Por eso, si nuestra pareja nos avasalla debemos reivindicar nuestro espacio y hacerla retroceder.
Por supuesto, no todas las críticas hacen daño. Son especialmente dolorosas las que nos juzgan por entero, como personas. No es lo mismo decir “esa camisa no te favorece” que “nunca compras nada que te siente bien”.
Quizá el otro no se dé cuenta de que hace eso, puesto que suele tener que ver con cómo se hablan algunas familias. Pero si se hace intolerable tanta queja hay que decirlo, así como recordarle al otro que también tenemos opinión y criterio. No siempre coincidirán pero eso no significa que tengamos que aguantar desprecios.
Hemos llegado al final. Esperamos que tengáis una feliz semana y que reinvindiquéis vuestro espacio personal para estar mejor en pareja.
Elena Sánchez- Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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