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Respetando la individualidad de nuestros hijos
A lo largo de este tiempo hemos tratado el tema de la educación de los hijos varias veces.
¿A qué padre no le preocupa que sus hijos sean autónomos, respetuosos o empáticos con los demás? A veces deseamos tenerlo todo bajo control y que crezcan y aprendan rápido y bien.
Sin embargo, sabemos que la vida misma es compleja, no necesariamente justa y, sobre todo, diversa. Esto se traduce en que no existen reglas universales para la crianza, dado que cada niño es diferente y cada recorrido vital también. Nosotros mismos observamos esta diferencia cuando nos comparamos con nuestros padres, hermanos o amigos. Hemos crecido juntos o compartimos el día a día con personas cuya esencia puede ser tremendamente diferente a la nuestra. Por otra parte, somos seres cambiantes y nadie puede decir que sea el mismo de ayer.
Los adultos sanos son aquellos que comprenden estas verdades acerca de sí mismos y se permiten experimentar ambivalencias, conflictos… Saben que es necesario comprender y perdonar, y al tiempo ser fiel a uno mismo y no disolverse en lo que el otro es.
Para los padres es igualmente importante conseguir que el niño aprenda a desenvolverse en la sociedad y consigo mismo como que se conozca y respete. Para facilitarnos esta tarea, vamos a explorar aquellas situaciones en las que debemos priorizar el conocer a nuestros niños.
ESTE SOY YO
Lo cierto es que desde el momento mismo en que el niño llega al mundo ya estamos escuchando máximas, consejos y prevenciones. Sobre todo el padre primerizo está expuesto al bombardeo constante de lo que el bebé debe ser, como ha de ser cuidado y qué esperar a cada momento. Es injusto porque, al tiempo que experimentamos una responsabilidad y una vulnerabilidad muy grandes, es necesario que surja nuestro propio criterio.
¿Cómo podemos hacer esto con la menor angustia posible? La respuesta es conociendo a nuestro hijo. Todos los padres acaban adaptándose a su propio bebé, que tendrá su personalidad y su temperamento, y desarrollando sus propias estrategias para cuidar de él lo mejor posible.
De igual manera que nuestro hijo comienza a mostrársenos tal y como es, nosotros empezamos a ser padres. No tienen porque dormir o comer como otros, y no tenemos por qué extrañarnos o echarnos a la espalda ninguna culpa. Habrá momentos buenos y malos, pero eso no significa que estemos haciendo nada mal.
CADA NIÑO TIENE SU PROPIO RITMO
Esta es otra frase recurrente a la que no se le presta la suficiente atención, por lo que a veces es muy necesario repetírsela a los padres.
El niño no deja jamás de aprender y cada día cuenta, lo que no significa que todos los aprendizajes tengan un tiempo establecido y deban ser superados dentro de él. Si nosotros, como adultos, no lo hacemos así, ¿por qué pedírselo al niño? Nos referimos a romper a hablar, atarse los cordones, quedarse solos en casa o superar el miedo a la oscuridad, por ejemplo.
Cada niño progresa solo cuando está preparado. Él es su propia guía. Nosotros podemos facilitar y ayudar, pero lo mejor que podemos hacer es conocer y comprender. Si llega el momento en que la preocupación es importante, podemos hablar con un profesional.
Si estamos sumidos en un estrés constante, en una carrera en la que creemos que vamos rezagados, es el momento de plantearse si no estamos trasladando nuestro agobio al niño. Quizá estamos cansados y necesitamos simplificar nuestro día a día. No nos perdamos estos momentos tan bonitos porque no serán niños siempre. Intentemos disfrutar y celebrar todas sus conquistas.
LO JUSTO ES QUE NO ME COMPARES
Más allá de lo anecdótico, de lo que se comparte con otros padres o con los abuelos, no es bueno que comparemos a nuestros hijos. Ni siquiera con sus hermanos, que fueron nuestro referente primero. El verdadero respeto al niño exige que respetemos su individualidad. ¿Qué sentiríamos si al llegar al trabajo, nuestro jefe nos dijera que “qué raro que tu no sepas manejarte ya con el Excel, si Fulanito aprendió en dos semanas”?
En toda comparación hay un perdedor. Es mejor reconocer las cualidades y dificultades de cada uno por separado y, desde luego, hay que evitar a toda costa que el niño presencie cualquier comparación. No sabemos el efecto que puede tener, pero seguramente, estemos hiriendo sus sentimientos o dándole valor a costa de quitárselo a otro.
SIN ETIQUETAS
Como decíamos antes, nadie puede asegurar que sea el mismo de ayer. A lo largo de la vida vamos cambiando, a veces profundamente.
Los niños necesitan libertad para cambiar, para dejar atrás cosas y conseguir algunas nuevas. Sería muy injusto tener que vivir sintiendo siempre la vergüenza o la responsabilidad por cosas hechas en el pasado.
No deberíamos etiquetar a nadie, porque esas categorías reducidas y crueles en las que encasillamos a los demás hieren. No llamemos llorones a los niños, ni vagos, ni torpes ni listos o manipuladores. No critiquemos su comportamiento juzgando su personalidad.
Por ejemplo, un niño que se muestra tímido en una situación puede no serlo en muchas otras, o enfrentarse a lo que sea desde su timidez.
Si tenemos un niño que llora frecuentemente, enseñémosle otras maneras de reaccionar ante las situaciones, para que puedan sentir que no son presa de ningún comportamiento.
Reconozcamos su personalidad individual y disfrutemos de ella. Así, estaremos poniendo muchos ladrillos para que, como adultos, se conozcan a sí mismos y se respeten. En definitiva, para que sean adultos sanos y bondadosos consigo mismos y con los demás.
Elena Sánchez- Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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