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¿Qué sucede cuando el estrés nos lleva directos a la nevera?
La mayoría de nosotros lo hemos hecho alguna vez. Tenemos preocupaciones, el día se complica y, de pronto, nos encontramos comiendo. Puede que ni siquiera sintiéramos hambre o que acabemos con un gran empacho. Otras veces podemos encontrarnos comiendo sin cesar, sin llegar a sentirnos satisfechos.
Para algunas personas, este es su día a día. Hoy queremos hablar sobre esta conducta. ¿Qué pasa cuando la comida se convierte en un refugio? ¿Qué consecuencias puede tener para nuestra salud?
Para comprender mejor este problema, lo primero que vamos a explorar es la definición de hambre, de apetito y de saciedad.
Los animales se alimentan cuando sienten hambre. Sin embargo, para el ser humano, las cosas son algo más complicadas, ya que en nuestra alimentación opera otra serie de factores, como la disponibilidad de alimentos, la situación social, nuestro estado anímico, etc.
El hambre es una sensación fisiológica que aparece cuando llevamos cierto tiempo sin ingerir alimentos. Solemos experimentarla como un vacío en el estómago que puede ser o no doloroso. A veces se acompaña de malestar general, cefalea o náuseas.
El apetito es el deseo de consumir algún alimento en concreto, como cuando experimentamos un antojo. No tiene por qué ir asociada con el hambre, es decir, que puede presentarse incluso cuando estamos llenos.
Por último, la saciedad es la sensación de satisfacción que experimentamos cuando no deseamos comer más. Puede estar provocada por las señales que el estómago envía a nuestro cerebro cuando se distiende al recibir alimentos, pero también cuando los nutrientes comienzan a ser absorbidos entre comida y comida.
Entonces, ¿qué está pasando en nuestro organismo cuando no nos sentimos saciados a pesar de haber comido? Esto puede suceder cuando comemos demasiado deprisa, sin masticar bien los alimentos y sin concedernos pausas. De esta manera, no damos tiempo al estómago a que transmita al cerebro la sensación de saciedad.
¿Qué podemos hacer para frenar esto? Los expertos nos aconsejan masticar con cuidado, comer usando siempre los cubiertos, dejar la comida preparada el día anterior para evitar el picoteo y dedicar al menos treinta minutos a cada comida.
Detengámonos ahora en los saqueos a la despensa cuando estamos nerviosos o preocupados. Primeramente deberíamos pararnos a pensar ¿cuál es el problema? ¿La comida o la ansiedad? ¿Realmente tengo hambre o hay algún motivo para que esté nervioso y busque comer? Si identificamos que se debe a lo segundo, lo mejor que podemos intentar es intentar relajarnos a través de otra actividad, como salir a dar un paseo, poner algo de música, darnos un baño… Si acudimos a la raíz de la ansiedad podemos neutralizarla sin comer. Recordemos siempre que habrá cosas que podremos cambiar y otras que no. Con una actitud más ligera ante las dificultades no acumularemos tanta ansiedad.
Otros consejos generales para evitar comer por ansiedad son:
Limpiar la nevera: debemos dejar solamente alimentos saludables y en proporciones adecuadas. Así, cuando sintamos hambre o la punzada de la ansiedad, solo encontraremos cosas saludables que comer.
Para antes de actuar: oblígate a parar cuando sientas la tentación de ponerte a comer. ¿Realmente tienes hambre? ¿Puedes posponerlo? Deja que pasen diez minutos. ¿Sigues sintiendo tanta urgencia? Seguramente la ansiedad haya descendido y te encuentres mejor.
Escoge otros refugios y otros premios: si te sientes solo, llama a un amigo. Si te preocupa algo, compártelo con alguien cercano. No te quedes solo cuando necesitas compañía y no te olvides de cuidarte. Los pequeños caprichos están bien, pero deja de lado los que tienen que ver con la comida.
Piensa a largo plazo: puede que ahora mismo solo estés notando que llevas un tiempo comiendo por ansiedad. A la larga esto puede traducirse en graves desequilibrios alimenticios como el trastorno por atracón, la bulimia o la anorexia. Sigue una dieta sana, come de todo y esfuérzate por aprender a comer, con tranquilidad y sabiendo que es un camino que puede ser largo, pero será en beneficio de tu salud.
Os deseamos una feliz semana.
Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá
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