Cambiando el foco – Dejar atrás las quejas para tomar decisiones.
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Es difícil escapar a la queja en nuestro día a día. Ya sea en el trabajo, el gimnasio, el ascensor o el hogar, los quejicas acechan.
Para muchos, forma parte de un hábito socialmente aceptado: quizá sea más fácil compartir con el vecino una pequeña queja como “vaya tiempecito que hace” que una gran verdad personal. Sobre esto no tenemos mucho que decir; sin embargo todos conocemos personas que parecen llevar con ellos un nubarrón. Permanentemente ofuscados, han dejado de prestar atención a lo positivo. Su frustración rara vez se queda con ellos mismos, ya que acostumbran a machacarnos con sus quejas cuando ven la oportunidad.
¿Y si yo soy así?
Puede que, desde hace tiempo, notemos que la desilusión o la frustración están muy presentes en nuestra vida. Si hemos pasado por alguna experiencia dolorosa, como un desengaño, es normal que experimentemos las contrariedades de la vida sin ánimo o energía.
Basta con observarnos durante unos días para saber si las quejas se han hecho con el grueso de nuestra conversación. También puede servirnos para comprobar el efecto que estas tienen sobre nuestro ánimo y sobre el de los demás. Seguramente las quejas alejen a las personas que nos ofrecen su tiempo y sus consejo, y esto es por una la idea fundamental de que la queja no transforma nada.
¿Cómo puedo hacer eso de “cambiar el foco?
A veces por el abatimiento o la desilusión nuestra manera de percibir la vida cambia. Nos cuesta sentir satisfacción y mirar las cosas con positividad.
Trabajar para cambiar la forma en la que pensamos puede parecer complejo, pero desde luego puede hacerse. El primer paso para cualquier cambio es saber que queremos cambiar. Si no nos gusta comprobar que monopolizamos las charlas con los amigos o tenemos frita a nuestra pareja con los comentarios que hacemos, centrémonos en eso. Seamos conscientes.
Podemos analizar qué es lo que nos está amargando, aceptar que nos sentimos mal y, quizá, exponérselo a los demás para que sepan que no atravesamos por un buen momento. Si ponemos en un primer plano el motivo real de nuestro estado de ánimo nos será más fácil no tirar de la queja para expresarnos.
A este primer paso, que tiene que ver con la aceptación, le sigue el de empezar a mirar la realidad en otros términos. Los acontecimientos cotidianos tienen, en general, un carácter neutral: no son ni positivos ni negativos. Es sólo después de que los procesemos que les damos un valor. Si nos paramos a pensar, un día lluvioso y desapacible es sólo eso; si un paquete que esperábamos no llega a su hora no significa que ya no se pueda confiar en el reparto, etc. Las cosas que nos irritan habitualmente pueden sobrellevarse con un poco de paciencia.
Lo importante es que no dejemos que una gota de tinta cambie de color todo el vaso.
¿Cuáles son mis debería?
Una parte muy importante de nuestra manera de juzgar lo que no sucede tiene que ver con los “debería”: ese conjunto de ideas acerca de cómo debería ser nuestro comportamiento y el de los demás.
Todos podemos identificar alguno de estos deberías en nosotros mismos, como “debería sacar un buen resultado en el examen, porque soy una buena estudiante” o “mis hijos deberían venir a verme más a menudo”, o quizá “mi mujer debería estar siempre disponible para mí”. Si nos fijamos, los debería son muy explícitos y no dejan espacio al resto de factores que intervienen en algo tan concreto. Tampoco podemos responder a la pregunta de por qué deberían. El hecho de que esas cosas que entendemos que deben darse sí o sí no han sido escritas en piedra ni garantizadas por la vida.
Lo cierto es que todos somos susceptibles de meter la pata, de no estar a la altura, de elegir mal… y también es cierto que no leemos la mente de los que nos imponen esos debería ni tampoco estamos en el mundo para satisfacer los debería de nadie.
Abusar de ellos o no revisarlos nos hacen ser muy críticos con nosotros mismos y con los demás. Si entendemos que tienen el poder de hacerlo todo bien o de satisfacer nuestras necesidades, también pensaremos que si no lo hacen es porque no quieren, y después de eso vendrá la queja, y de nuevo, como en un círculo vicioso, la frustración.
Toma decisiones
En resumen, hablamos de tomar las riendas.
Muchas veces la queja es el resultado del miedo a tomar decisiones. Si algo es tan increíblemente molesto como para ocupar nuestro pensamiento todo el tiempo o que no podamos evitar contárselo a los demás, ¿por qué no cambiarlo?
La frustración puede ser tanto el origen de la queja como el impulso que necesitamos para desarrollarnos. Así nos alejamos de la posición victimista del que sólo se queja y apostamos por la asertividad.
La buena queja
La queja, cuando se formula de una forma asertiva, puede ser una forma legítima de hacer oír nuestra opinión, de expresar lo que sentimos y queremos.
Para ser asertiva, debe reunir una serie de condiciones, como la estar reducida a una conducta en concreto, que hable de cómo nos sentimos y también de qué esperamos, como vimos en el artículo anterior.
Elena Sánchez- Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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