A ganar y a perder también se enseña
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Piensa rápidamente en ese compañero de la oficina que se lo toma todo “muy en serio”. Trabaja con mucha determinación y seguridad en sí mismo, pero cuando las cosas no salen como espera se enfada y se distancia. O en ese familiar que quiere llevar la voz cantante durante las reuniones, pidiendo a los demás que compartan su opinión o que se callen.
A estas personas les cuesta perder en el juego del día a día, que está hecho de miles de turnos y batallas. También suelen practicar la revancha y obsesionarse con derrotar al otro en cuanto tengan oportunidad. Definitivamente, se lo toman como algo personal.
Y ¿qué sucede con los niños, que no hacen otra cosa que jugar?
Ellos tendrán que enfrentarse al tablero y aprender a ser buenos perdedores y ganadores. Será muy importante para su proceso de socialización, para las relaciones que establezcan con los demás y, como vemos, influirá en su vida adulta.
El juego no es únicamente una actividad lúdica. A través de él aprenderán a relacionarse con sus iguales, a resolver conflictos, a respetar límites y normas, a conocerse mejor. Todo esto tendrá un gran efecto en su desarrollo.
También es un espacio de prácticas para la vida real, donde se pueden reproducir y ensayar situaciones para que aprendan a desenvolverse mejor. Por ello los niños deben tener siempre espacio y tiempo para el juego, solos, con amigos y con sus padres.
Los niños comienzan jugando solos y poco a poco van buscando la compañía de los demás. Aunque parezca que juegan juntos, cada uno está “a su rollo”. Será más tarde, en torno a los cinco o seis años de edad, cuando el juego se vuelva compartido y competitivo.
Es en este momento donde podemos echarles una mano en el duro aprendizaje de compartir, respetar, ganar y perder.
EL OTRO TAMBIÉN SIENTE
El desarrollo del niño es un camino que va desde el egocentrismo absoluto al descubrimiento del otro: resulta que también ellos tienen mente propia, sentimientos y deseos.
Podemos ayudarlos y acompañarlos en este proceso con preguntas que le hagan ponerse en el lugar del otro “¿cómo se siente el personaje del cuento?”, “seguro que María se han puesto triste cuando has hecho eso”,”¿cómo te sentirías tú si…?”
¿Y SI…?
Al tiempo que el niño aprende a ponerse en los zapatos del otro también podemos entrenar con ellos la generosidad, la justicia, la comprensión. Y ofrecer estrategias para que las pongan en práctica. Por ejemplo, podemos animarles a que integren a algún compañero nuevo en el juego, a que se disculpen cuando no han respetado las normas, a felicitar al otro por lo bien que lo ha hecho o a dar ánimos cuando se ha perdido.
Recordemos que los niños hablarán a los demás como se hablan a sí mismos y en esto, los padres enseñan: si les animamos, animarán, si les apoyamos, sabrán apoyar a los demás y serán más positivos y justos con ellos mismos y con el mundo.
LA SUERTE ES PARA TODOS
A medida que el niño crece el juego se va volviendo más abstracto: ya no se juega a “hacer como si”, sino a juegos estructurados y regidos por normas claras que implican capacidad, entrenamiento, etc.
Llegados a este punto interesa que los niños se familiaricen con el concepto de la suerte, de lo aleatorio: pueden darte buenas cartas o no. No es culpa de nadie y nada se puede hacer salvo seguir en el juego y esperar que cambie. Todos nos veremos influidos por la suerte, de forma que hoy podemos ganar y mañana perder, pero no hay que sufrir por ello. El juego se acaba y nada se pierde. De esta forma, les ayudamos a relativizar y a manejar sus emociones, que posiblemente sean muy fuertes al principio del aprendizaje.
Con estas reflexiones nos despedimos y os deseamos una feliz semana, llena de juegos.
Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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