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¿Aparcamos a los niños? – Parte I

¿Aparcamos a los niños? – Parte I

 

Convivir y educar no es siempre fácil. Estrategias para hacerlo sin perder la cabeza

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La imagen de la comida familiar en la que el niño mira embelesado su propia pantalla es cada vez más frecuente. Un cambio considerable respecto a los gritos y llantos en la mesa, el levantarse continuamente o acabar tirándose la comida por encima. Probablemente, los otros clientes del restaurante, además de los padres que encuentran un respiro, también lo agradecen.

La comida es un momento conflictivo para los padres, especialmente cuando se hace fuera de casa, pero bien saben ellos que hay muchos otros: compras en el supermercado, visita a la peluquería, película demasiado larga o viaje en avión. En definitiva, hay muchos espacios y situaciones para que se sientan desafiados o avergonzados por el comportamiento de sus hijos, aunque este sea completamente normal respecto a su edad.

En el difícil arte de convivir con personas de todas las edades y educaciones, los padres lo tienen un poco más complicado.

¿Quién no se ha paseado por el supermercado tirando de un niño en pleno berrinche, que llora y patalea porque dos pasillos atrás vio algo sin lo que no podía vivir y decidimos no comprárselo? ¿Y quién no ha tenido que soportar las caras de desaprobación, los consejos o los “pobrecito niño” que escuchamos en la caja?

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Muchas veces apostamos por mejorar la convivencia: le compramos lo que sea, lo enchufamos a la pantalla del móvil o le dejamos media hora más en el parque infantil. Al final, muchos padres organizan su tiempo en familia en torno a actividades solo para niños o espacios solo para niños. Parece que solo existen dos opciones: aparcarlos o posponer nuestra vida adulta, los tiempos de pareja, etc.

No es fácil dulcificar una realidad como la paternidad. Ser padre está lleno de buenos momentos, de momentos de plenitud, de felicidad, de ternura, sorpresa y orgullo; pero la otra mitad del tiempo los padres han de educar, vigilar y contener.

Los niños pequeños han de aprender a manejarse en un mundo lleno de códigos de conducta que queremos y necesitamos que aprendan para que lleguen a ser AUTÓNOMOS y ese trabajo continua extendiéndose hasta la adolescencia y a veces más allá.

Puede llegar a ser extenuante para ambas partes, así que la dificultad está en ser constantes pero no inflexibles, estar presentes pero no agotar.

El resultado que perseguimos como padres es que aprendan a ser respetuosos con el otro, educados, resistentes a la frustración, pacientes y generosos.

Pero ¿cómo mantener ese trabajo durante tantos años sin volvernos locos? ¿Cómo no caer en la tentación de “aparcarlos” y pensar que mañana será otro día?

Vamos a daros algunas claves para llevarlo mejor. Recordad que, después de todo, un día se sentarán a la mesa, comerán y charlarán con nosotros. Viviremos la vida con ellos.

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Escucha como quieres que te escuchen a ti

Un clásico error es no dejar a los niños hablar. Muchas veces, en medio del llanto y los gritos de antes, están tratando de hacernos entender lo que les sucede. Puede que tengamos claro que no vamos a comprarle otro juguete, o que el tiempo en el parque se acabó, pero eso no significa que el niño no pueda expresar su enfado. Lo necesita tanto como aprender a sobrellevar un “no”.

Solo si escuchamos con atención e interés podremos empezar a dialogar con ellos. Ojo: dialogar no significa necesariamente negociar. Podemos reconocerles que sabemos que lo estaban pasando muy bien, por ejemplo, y que les disgusta tener que irse a casa ahora, pero que si se tranquilizan y recogen mañana estaremos quince minutos más. Hay que pedirles claramente lo que queremos que hagan y ofrecer algo a cambio. Será un premio por escoger “portarse bien”.

Así les devolvemos control sobre ellos mismos, espacio para pensar y después debemos siempre aplaudir lo que buscamos.

Lavarse los dientes o recoger la mesa son hábitos

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Quizá la parte más pesada de la paternidad sea insistir una y otra vez en las cosas fundamentales, como que prueben la fruta y la verdura, que se laven los dientes, que recojan su cuarto, que cojan bien los cubiertos. Padres: nada se puede hacer, toca insistir. Llegará el día en que lo hagan por inercia, y también llegará el día en que lo hagan para sí mismos, porque saben que es lo mejor.

Un buen truco para animar a los niños a realizar sus hábitos es recogerlos en un póster y darles un punto o una estrella cada vez que lo hagan. Luego pueden canjear esos puntos por experiencias divertidas que no tienen por qué ser muy elaboradas (jugar con papá y mamá, ver una serie que les guste y, un éxito reciente, acceder a la contraseña de la red wifi). Si además introducimos estos hábitos con “como ya eres un niño mayor, vas a poder hacer estas cosas solo”, con un poco de paciencia y flexibilidad tendremos éxito. Importante: no castigar si no lo hacen, sino no premiar. Siempre está a su alcance conseguirlo y será su decisión, lo que favorecerá su autonomía y su autorregulación.

En el post de la próxima semana seguiremos dando ejemplos de trucos para mejorar la convivencia con nuestros niños y ayudarles a convertirse en adultos autónomos y educados.

Feliz semana a todos y mucho ánimo para seguir educando.

Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá.

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