Hoy también tengo deberes: Reflexión y claves sobre las tareas escolares.
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Hemos crecido con ellos y acompañamos a nuestros hijos o nietos cuando se sientan cada tarde a realizarlos. Los entendemos como “el trabajo” de los escolares y nos parece normal dedicar a ellos buena parte del tiempo. Poca gente conoce que los deberes en la Educación Primaria están prohibidos desde 1956, tanto en Francia como en España.
Sin embargo, hace algunas semanas leíamos en la prensa que los padres franceses llevaban a cabo una huelga de tareas escolares por los efectos que estos tienen sobre la familia, el tiempo de ocio de los alumnos y otras muchas áreas.
Aunque este es un asunto controvertido desde hace más de cincuenta años, los deberes no han dejado de estar presentes en nuestras vidas en ningún momento.
Sus defensores hablan de beneficios sobre la retención y la comprensión de información, de la mejora en los hábitos de estudio, de la autogestión o el cultivo del pensamiento crítico. También responden a una necesidad del profesorado por conseguir una coordinación familia y escuela. Sin duda, los deberes se relacionan tradicionalmente con la capacidad de esfuerzo.
Sin embargo, ¿es así? Quizá, como siempre, lo más útil, si no lo más acertado, sea considerar qué son buenos deberes: ¿a partir de qué momento?, ¿qué tipo de deberes?, ¿con qué frecuencia?, ¿en todas las asignaturas?, ¿cuánto tiempo?, ¿con o sin ayuda, ¿para todos los alumnos?…
En teoría deben perseguir ampliar o afianzar los conocimientos que se han adquirido en la escuela, fomentar una rutina de trabajo y estimular la curiosidad que todo aprendizaje necesita.
A veces, al abrir la agenda de nuestros hijos descubrimos que su jornada laboral terminará después de la nuestra. Deben acabar ejercicios que no completaron en clase, o trabajar machaconamente algo que ya saben. Otras es simplemente inviable que los terminen a tiempo o solos.
El sentido común nos dice – o debería decirnos- que si un niño regresa de la escuela sin haber terminado nada de lo que los demás hicieron en clase algo está pasando. Y no es necesariamente culpa suya.
Mirándolo con la distancia que no tenemos en el día a día, no es coherente que un niño de ocho o nueve años cene a las once porque no ha terminado de trabajar hasta esa hora.
Las quejas que motivaron a los padres franceses a ponerse en huelga de deberes tienen que ver con se han visto obligados a asumir: deben ayudar a sus hijos a hacer los deberes o buscar quien lo haga, renunciar a compartir con ellos los momentos de ocio en la tarde, las actividades extraescolares o el placer de remolonear, descansar, leer o jugar.
Muchas veces el efecto rebote de las tareas se traduce en niños exhaustos y desanimados, que expresan aversión por el colegio o por aprender. Niños estresados o humillados porque nunca llevan los deberes bien hechos a clase, o porque no pueden trabajar al ritmo de los demás.
Los malos deberes (interminables, repetitivos, inalcanzables…) no muestran respeto por los diferentes ritmos de aprendizaje, ni por las familias y el disfrute de su tiempo juntos, ni tampoco diferencian entre cumplir a la perfección o tomar responsabilidad.
Desarrollar en el niño un compromiso con sus tareas es un proceso que nace, antes que de doblegar su voluntad, de su interés y su conexión con lo que aprende y de su sentimiento de capacidad. Es decir, de la curiosidad que me provoca y del sentimiento que experimento cuando veo que soy capaz de hacer las cosas. De retarme y conseguirlo.
¿Siente su alumno o su hijo esto cuando trabaja en casa? Si es así, está ante buenos deberes. Probablemente esté estudiando o investigando por su cuenta, más que haciendo ejercicios. Sus horas extra están bien invertidas. Y le quedará tiempo para jugar, compartir, descansar y alguna de esas otras cosas que identificamos más con vivir que con trabajar.
Desde Psicología Clave os proponemos algunas ideas para seguir lidiando con ellos:
Proporcionar y mantener un espacio para trabajar, con los materiales a mano, sin ruidos, cómodo y bien iluminado es fundamental.
Las agendas son esenciales para organizar el día a día y también una buena herramienta de comunicación con los profesores. Yo la uso, ¿por qué no él?
DESCANSO
Como decíamos antes las jornadas maratonianas no son efectivas para el aprendizaje de los niños. Dependiendo de la edad los descansos se pueden acortar y espaciar pero todos debemos tenerlos. Es más, todos debemos tener una parte del día para nosotros, para dedicarla a lo que nos gusta… o para aburrirnos. Esto favorece que se vayan relajando durante la tarde, en lugar de caer rendidos, y que podamos estar con ellos.
AYUDA
Nadie nos obliga a saber ayudarles con los deberes: a veces no estamos de ánimo, o no tenemos tiempo, o no recordamos Historia Universal. Nuestro papel no debe ser el de profesores. Los padres son un apoyo motivacional esencial: deben animar a los niños a probar de nuevo cuando se frustran o a explorar nuevas formas de hacer las cosas. Estar ahí para apoyarles y supervisarles.
Las clases particulares pueden ser estupendas, especialmente en cursos avanzados, pero no todas las familias pueden permitírselo. Por eso, hablad antes con sus tutores y profesores. A fin de cuentas, ellos deben asegurarse de ofrecer una enseñanza ajustada al alumno.
En primer lugar, no debemos dar tanta importancia a que todos los deberes estén hechos como a que el aprendizaje se haya dado. Es decir, ¿ha comprendido el tema?, ¿sabe desenvolverse con los ejercicios?, ¿disfruta y quiere saber más? No nos obsesionemos con cumplir. Es mejor saber que nuestros hijos progresan aprendiendo, que se ocupan de sus tareas como los niños que son. A medida que vayan creciendo aprenderán a gestionar su tiempo y sus tareas, así como a automotivarse y a comprometerse. No nos asustemos si descuidan un examen o pinchan en algún momento del curso. Forma parte del proceso.
Irene Albert Cebriá y Elena Sánchez- Porro Frías.
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