Las comparaciones forman parte de la vida en todos los aspectos. Por ejemplo, cuando los meteorólogos comparan los mililitros de lluvia caídos en un lugar y en otro.
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En este sentido, las comparaciones son importantes para medir resultados, para saber si vamos mejor o peor, para crecer y saber si estamos logrando lo que nos proponemos. Si queremos adelgazar un par de kilos, tenemos que comparar el resultado final con el inicial para saber con certeza que hemos bajado esos dos kilos que nos proponíamos. Así de sencillo.
Por otra parte, desde que somos niños, nos enseñan a compararnos con los demás aunque de una forma más sutil; cuando en el colegio te decían que habías sacado un 7 y que tu compañero había sacado un 9, de esta forma, aunque no directamente, ya te estaban diciendo que tu compañero fue mejor que tú en ese examen. O cuando a tu amiga le decían lo guapa que era y si embargo a ti no te decían nada. Implícitamente tú percibías que había una comparación donde tú eras la fea y ella la guapa. Este es el aspecto complicado y con el que todos tenemos que vérnoslas.
La comparación en sí misma no es perjudicial. LO MALO ES DEGRADARSE EN LA COMPARACIÓN, sacar conclusiones generalizadas y extrapolar lo que ocurre en un momento y en una situación a todo lo que somos. El peligro reside principalmente en hacer comparaciones constantes para pretender averiguar cosas sobre nosotros mismos.
Tendemos a compararnos con los demás porque tenemos la idea errónea de que si los demás son más guapos, más ricos, con una mejor posición social, etc., entonces nosotros somos inferiores de una forma general. Esto no es así. El problema está en creer que nuestro valor personal depende de lo que tenemos, de quienes somos, incluso de lo que podemos hacer. Y por supuesto, peor aún, pensar que nuestro valor depende de lo que tienen y son los demás.
Aunque estas comparaciones tienen efecto sobre nosotros y nos dan un reflejo de quiénes somos, qué se nos da bien, a qué podemos aspirar y configuran nuestra personalidad, la valía es un sentimiento interior. Éste nace de las experiencias significativas que hayamos tenido y es resistente y duradero.
¿Por qué se comparan entonces las personas?. En primer lugar, porque es inevitable. Vivimos junto a los demás, emprendemos proyectos con ellos, tenemos parejas, amigos, familia.
No todas las comparaciones son nocivas. Podemos observar las diferencias que hay entre nosotros y los demás y no desatar con ello pensamientos dolorosos y que nos empequeñezcan.
El hecho de que una persona sea más rica que yo no le otorga un valor superior. Quizá sea otro tipo de persona, con una capacidad de trabajo mayor que la mía, o que ha tenido más suerte o unas circunstancias diferentes. El hecho de que una persona sea más guapa que yo, no significa que yo no posea belleza o atractivo.
Independientemente de esto, al hablar de valor personal, esencialmente somos todos iguales; no hay superiores o inferiores, sino configuraciones diferentes y circunstancias diferentes. Nuestro valor personal es constante en nuestra vida, independientemente de lo productivos o exitosos que seamos. Por ejemplo, puede que nos defina mejor cómo afrontamos las cosas que en qué trabajemos. Nuestros valores hablan más de nosotros que la lista de cosas que hemos hecho.
Vamos con otro ejemplo. Si tu coche es más lujoso que el mío, es evidente que me daré cuenta enseguida y en mi mente se llevará a cabo un proceso en el que percibiré ese desnivel entre coches. Esto es innegable y no podemos contradecir la realidad, pero tenemos dos opciones de pensamiento:
- Pensar: “el coche de Fulanito es mucho mejor que el mío, ¿por qué yo no puedo tener uno así? Qué injusta es la vida, si tuviera su mismo negocio, seguro que me iría mejor y tendría varios coches como ese”. Ante este proceso mental yo siento envidia, rabia, coraje. Me siento inferior porque entra en juego la lógica errónea y la más común: como tu coche es mejor que el mío, yo soy inferior.
El resultado es una generalización sobre todo lo que soy en base a un solo aspecto.
- La opción dos es simple y corta, asumiendo la realidad de lo que vemos: “el coche de Fulanito es mejor que el mío”. Reconozco que tu coche es mejor, no me lamento y me motivo para que en un futuro pueda tener un coche de esas características si es mi deseo. No sentiría envidia porque soy feliz con lo que tengo. No me siento inferior aunque tu coche valga más dinero que el mío. No hago una comparación porque sé que mi esencia reside en mí, y no en mi coche y no dependo de lo que tú tienes, lo que tú haces. Habrá cosas que yo haga mejor o posesiones mejores que las tuyas y viceversa.
Este es el proceso mental correcto y sano para no sentirnos inferiores y no poner en riesgo nuestra valía como personas.
Para concluir, tú mandas en tu mente. No estás a merced de tus primeros pensamientos y puedes decidir qué concluirás. Lo que debes hacer entonces para no perjudicarte en las comparaciones es saber que nuestro valor no está en relación al de los demás, entender que tu valor como persona no depende de lo que tienes o eres capaz de hacer.
PSICOLOGIA CLAVE: Elena Sánchez-Porro Frías (CL-03770) e Irene Albert Cebriá (CL-03674)
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