¿Qué hacer cuando necesitamos salir de una situación?
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Vivir es tomar decisiones
A lo largo de nuestra vida serán muchas las situaciones que nos causen preocupación y dolor en mayor o menor medida. Una buena parte de ellas serán como temporales que tengamos que capear con más aguante y aceptación que otra cosa. Otro tanto serán problemas sobre los que tengamos bastante control, sobre las que podamos operar tomando decisiones.
Es importante comprender esta diferencia esencial: podemos cambiar algunas cosas y otras no, pero siempre podemos modular nuestra actitud y nuestros sentimientos hacia las experiencias de sufrimiento. Siempre tenemos elección.
Distinguir pasividad de aceptación
Profundizando en esta idea, podemos plantearnos las siguientes preguntas:
¿Siento que debo actuar?
¿La mejor manera de resolver esto es no hacer nada?
¿Qué beneficios me traería pasar a la acción?
Ya sea en un desencuentro con un compañero de trabajo, una riña familiar, una preocupación constante… podemos hacernos estas preguntas y arrojar algo de luz sobre el camino que tenemos que seguir.
No todos los problemas se pueden resolver actuando, es cierto que algunas veces, lo mejor es dejar que el tiempo pase o que los ánimos se calmen. También es importante escucharnos a nosotros mismos y valorar nuestro ánimo: si nos ha afectado profundamente, si no podemos no reaccionar ante lo sucedido o sentimos la responsabilidad de tomar cartas en el asunto, es bueno escucharse.
Para motivarnos para actuar podemos pensar en las consecuencias positivas de tomar decisiones: si mi relación hace aguas y tengo claro que ya no hay amor ¿qué será lo bueno de separarme? Lo esperable es que dejemos atrás muchos conflictos y tristezas, que nos sintamos más fuertes y con mayor ilusión después de un tiempo.
Este tipo de reflexiones nos ayudan a saber qué queremos para nosotros mismos y nos dan fuerza para intentarlo.
Tomando el control
Una vez que hemos decidido que merece la pena actuar, ¿por dónde empezar? Lo mejor es trazar cierto plan de acción basado en qué queremos conseguir, qué queremos conservar, qué es urgente y qué importante y dónde queremos estar en el medio/ largo plazo.
Por ejemplo: decidimos que queremos dejar nuestro trabajo y emprender un negocio propio. Pero ¿Es este el momento idóneo?, ¿debo hablar primero con mis jefes o hacer una planificación de mi empresa?, ¿Cómo viviré los primeros meses?, ¿qué me gustaría haber conseguido después de un año?
Todas estas preguntas van respondiendo al camino a recorrer y anticipando diferentes problemas y soluciones.
Reflexión y claridad
Si las decisiones que tenemos que tomar para cambiar aquello que no funciona implican a terceros, nuestras comunicaciones deben ser claras y apoyarse en la reflexión. Hablar por hablar o hacerlo impulsivamente rara vez nos conducen a un buen sitio.
También es importante que apartemos los sentimientos de decepción, deseo de venganza… Cuando uno decide lo hace desde sí mismo y para conseguir tranquilidad, estabilidad, reducir el sufrimiento. Si nos apresuramos o salimos huyendo del problema lo lógico es que acabemos en un lugar peor emocionalmente hablando.
Las decisiones meditadas e impulsadas por los motivos correctos siempre traerán un resultado mejor.
Elena Sánchez-Porro Frías e Irene Albert Cebriá.
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